Memoria:



Mientras caminaba, intentaba recordar qué se me había olvidado comprar en el supermercado, me ocurría con frecuencia debido a la amnesia sufrida después de la muerte de mi marido, aquel que tanto me cuidó y del que terminé dependiendo, aunque jamás lo reconocí. El impacto fue tal que no podía comer, a penas dormía y pasaba las noches llorando, tan solo recordaba su memoria, los buenos momentos, las risas incontenibles que acontecían cuando menos lo esperábamos; según el médico, todo lo que me ocurre irá desapareciendo, incluido el dolor de huesos y los vértigos constantes, todo ha sido fruto de un momento traumático de mi vida, aunque sigue siendo desesperante tanto llegar a casa y encontrarme totalmente sola como sentirme fuera de lugar sin él.

Llegué a casa con las bolsas de la compra, lo dejé todo en su sitio y empecé a pensar en cómo habían cambiado las cosas de mi alrededor en tan poco tiempo. La distinguida organización que mantenía en la sala de estar había desaparecido, ahora estaba repleta de su ropa, de aquella que estaba decidiendo si tirar o no, tal y como había dicho mi hermana, necesitaba reciclar para sanar mi corazón y aceptar la pérdida, pero seguía sin tener valor para hacerlo. Estaban los platos en el fregadero por lavar de varios días, ni siquiera había sacado la basura y ya llevaba un par de días apestando en la cocina. El jardín que habíamos plantado juntos estaba hecho un asco, de hecho, las flores cada día iban marchitándose más y más, pero seguía sin tener el valor de salir para regarlas, era superior a mí, a pesar de no tener recuerdos, tenía sensaciones que provocaban un estado de tristeza tal que no podía evitar llorar. La habitación que compartíamos estaba en el primer piso de la casa, el único lugar en que no osaba a entrar, he terminado durmiendo en el sofá del salón incómodamente acostada y soportando dolores de columna por no superar el hecho de que no está a mi lado en esa cama tan confortable que compramos con toda la ilusión. El resto de la casa estaba por el estilo, igual de dejada y abandonada, a pesar de tener una inquilina en la casa.

Alguien llamó a la puerta, algo extraño. No esperaba a nadie a aquellas horas de la mañana, ni siquiera me apetecía hablar con nadie, esperaba que fuera el cartero pero era mi hermana. Había venido a ayudarme con la ropa de mi marido, lo que no sabía era cómo estaba mi casa, hacía algún tiempo que no pasaba por allí y, verdaderamente, me avergonzaba el estado de la misma y mi comportamiento al no limpiar ni asear como era habitual en mí, así que, dejé la puerta entornada y le dediqué una sonrisa forzada que simbolizaba las pocas ganas que tenía de recibir a nadie en mi casa aunque formara parte de mi familia.

- ¿Qué ocurre? - fue lo primero que se me ocurrió preguntar -.

- Quedamos en vernos hoy, ¿recuerdas? - mi cara de extrañeza mostraba todo lo que ella quería y deseaba saber, así que, no hizo falta más para terminar apartándome de la puerta y entrar como si fuera la suya - ¿Qué diablos...? - preguntó al ver aquel desorden al pasar al salón sin permiso, bajé la cabeza avergonzada -.

- No he tenido tiempo de... - intenté excusarme - Entre el entierro, las cajas de Michael... en fin, han sido muchas cosas y no he podido... organizar.

- Lise, no cuela, ¿de acuerdo? - podía ver en sus ojos pura expectación, ni siquiera pudo pensar que tuviera esa faceta - Estás irreconocible.

Me obligó a ordenar absolutamente toda mi casa, sin dejarnos nada. A mí me tocó enfrentarme a la ropa que pertenecía a mi marido, aquellas camisas de colores recién planchadas, sus corbatas y sus americanas... de repente, algo sucedió al tocar una de sus chaquetas. Un montón de recuerdos fluyeron hacia mí, dejándome en un completo trance, tenía convulsiones pero no quería estar en ningún otro sitio en aquel momento, dado que, podía verle, podía tocarle y nada podía interrumpirlo.

- Podríamos ir a Viena - decía, el hombre al que amé con tanta pasión y deseo. Ese fue un recuerdo antes de casarnos, estábamos concretando dónde iríamos de luna de miel, siempre coincidíamos, así que, como podréis imaginar ese fue nuestro destino - ¿Qué te ocurre? Estás algo pálida... - puso sus manos en mi cara preocupado, dada mi sorpresa al encontrarme allí mismo con él rodeándome los brazos, esa era la realidad que quería volver a tener en mi vida, no quería irme de allí -.

- Estoy bien, tan solo un poco abrumada con todo lo de la boda y demás - mentí, siempre se preocupaba demasiado e intentaba averiguar qué estaba pasando realmente -.

- ¿De verdad estás bien? - me cogió de las manos y me sentó en el sofá - Creo que tienes demasiado estrés con los preparativos, podría encargarme yo de la organización de las mesas y el banquete. Me gustaría ayudarte para que no tuvieras tanta carga, déjame hacerlo.

- La verdad es que...

Todo se volvió oscuro y dejé de convulsionar dejando ese recuerdo atrás y volviendo a la realidad. Vi aquellos ojos castaños de mi hermana repletos de lágrimas por el susto que había pasado, seguro que temía la posibilidad de perderme. Estaba desorientada, miraba a ambos lados intentando buscar a Michael pero era obvio que aquella materialización no era real, no podía serlo. Si era una especie de broma del destino o algo así no tenía ninguna gracia, me había devuelto algo que en la vida real no podía recuperar, aunque al menos, ese recuerdo había vuelto a mí de lo más vívido.

- Me has asustado - dijo mi hermana, hiperventilando - Pensaba que te iba a dar un infarto...

- No, tranquila. Estoy bien - afirmé, levantándome del suelo con su ayuda - Habrá sido cosa del estrés, ya sabes.

- ¿Seguro que estás bien? - asentí con la cabeza para que no se preocupara y poder volver al trabajo organizativo sin más preámbulos -.

Seguía preguntándome qué podría haber ocurrido en aquellos precisos momentos en los que entré en trance. Era un recuerdo formado en mi mente como si hubiera pasado hacía horas, ¿esa era la forma en que estaba volviendo mi memoria? ¿Así era como mi cuerpo respondía? Mis preguntas se acumulaban en una caja bastante profunda y ninguna de ellas tenía una respuesta, mucho menos, contundente. Mi hermana se fue de mi casa todavía con manías de si me podría estar pasando algo serio, pero nada de eso podía ser, creía profundamente en que mi cuerpo pertenecía a otro lugar, formaba parte de mis recuerdos y era la única manera que tenía mi alma de volver a ello.

Los siguientes días prosiguieron sin ningún tipo de incidente. La verdad, llegué a desear que volviese a ocurrir, quería volver a verle, despedirme por última vez de aquel que compartió su vida conmigo sin pedir nada a cambio, tan solo queriéndome tal y como era. Durante éstas últimas semanas me he llegado a sentir culpable por no recordar nuestros momentos, por no estar presente en cada uno de ellos, por no encontrarme con él en cada lugar de la casa, e incluso, por no entrar en nuestra habitación cuando él quiso que nada de ésto me sucediera. 

Dejé de pensar en ello. Mi hermana dejó pasar aquel momento en el que todo mi cuerpo convulsionó como si nada de eso hubiese ocurrido para no alarmar a nadie de la familia, yo estaba totalmente de acuerdo, mi madre se escandalizaba con facilidad. Quedé en que bajaría todas las cajas de herramientas de Michael a la ferretería que había justo en frente de mi casa para terminar con aquel karma que venía arrastrando desde su entierro. Algo pasó al tocar una de las alicates que usaba cada vez que tenía que arreglar el coche o cualquier cosa que se rompiera en casa, sabía cómo hacer esas cosas gracias a su padre, un verdadero manitas, parece que le transmitió ese don. Noté como una energía entre mis dedos y los ojos se me cerraron, empecé a convulsionar en medio de aquel garaje donde aparcaba su coche, totalmente sola y sintiéndome inútil por no saber qué hacer. Ésta vez, se juntaron varios recuerdos.

- Podríamos empezar a pensar en formar una familia - comentó, una noche cualquiera en la habitación que compartíamos y en la que ahora era incapaz de entrar, justo en el momento en el que yo me estaba cambiando y él me miraba con aquella ternura que le caracterizaba -.

- Podríamos hacerlo, sí - confirmé, con una sonrisa - Nunca habíamos hablado de ésto, ni siquiera pensaba que querías tener hijos, tus padres...

- Deja a mis padres, somos nosotros - cogió mis manos entre las suyas y me dio un beso - Te dije que quería compartir mi vida contigo y es lo que voy a hacer, me da igual lo que digan mis padres, nada va a hacer que cambie de opinión.

Ese momento perfecto, culminó con una sonrisa de complacencia por mi parte. Tres días después, murió en un accidente, no pude creerlo. A parte de mi corazón, la muerte también había roto nuestros sueños y deseos más profundos y afines. Algo más fuerte zarandeó mi cuerpo y otro recuerdo se entrelazó en mi mente, feliz de formar parte una vez más de mí.

- Tengo una sorpresa para ti - Michael apareció en mi trabajo una tarde de viernes, sin previo aviso - Quiero que te ausentes un par de horas del trabajo.

- ¿Podemos dejarlo para esta noche? Tengo una pila de papeles increíble y... - se acercó a mí para susurrarme "por favor, no te decepcionarás" al oído, algo que terminó convenciéndome - De acuerdo, pero solo un par de horas.

Estaba claro que me iba a sorprender. Ante mí, podía ver una casa preciosa, algo que debió costarle mucho dinero pero que no le había dolido ni un poquito, sus padres tenían dinero suficiente como para no tener que pedir dinero al banco. En aquel momento, era tan inocente que no tenía ni idea de qué quería decirme con ello, pensaba que me diría algo como que pronto cumpliríamos nuestro sueño de pasar nuestros días juntos en una casa como aquella como solía hacer a menudo, es decir, fantasear despierto junto a mí, pero me sorprendieron todavía más sus palabras.

- Ésta es nuestra casa - dijo, orgulloso de sí mismo. A decir verdad, nunca le había visto tan feliz - Aquí es donde vamos a compartir nuestra vida juntos - me miró fijamente, francamente preocupado de que no me gustara dada mi cara de total expectación -.

- Oh dios mío... - fui capaz de decir - Es... es... preciosa - le dije, con lágrimas en los ojos. En aquel momento no podía creer que estuviera reviviendo aquello otra vez -.

- Buff, qué peso me has quitado de encima. No sabía si... - le di un beso tan intenso que fuimos incapaces de separarnos en los cinco minutos siguientes, la verdad, ninguno de los dos quería, aunque fuimos forzados a ello porque tan solo pedí ausentarme dos horas del trabajo y ya era hora de volver -.

El último recuerdo que vino a mi mente creo que fue el que consumió mi alma hasta evaporarla por completo, hasta terminar con lo que diría una vida llena de amor y total complementación: el entierro de Michael. Mis lágrimas ocupaban toda mi cara, desde que recibí la noticia no pude parar de llorar, era incapaz de decirle a mi interior que frenara aquella incontrolable ola de dolor, no podía pensar en nada más. Estaban transportando su ataúd hasta la parte central de la iglesia, llegué a preguntarme varias veces para qué tanta monserga si, al fin y al cabo, el difunto se había ido para siempre y no iba a volver.

Todo mi cuerpo se quedó elevado en el aire, lloraba desconsoladamente de dolor y no podía soportar aquel peso sobre mi pecho. Me acerqué al ataúd donde se encontraba postrado el que fue mi marido y no tenía palabras para expresar lo que sentí, realmente se había evaporado de mi vida sin más. Era curioso el poco tiempo que podemos tener a las personas que queremos a nuestro alrededor, terminamos sin poder disfrutarlas del todo, dándonos cuenta de que perdimos mucho más de lo que pensamos, algo que no nos damos cuenta cuando los tenemos justo a nuestro lado. Dejé una flor de color rojo intenso sobre su pecho, miré aquella cabellera castaña, sus ojos cerrados, sus labios finos y perfectos que besaba con ternura y aquel cuerpo que estaba adornado con traje y corbata; tan solo pude darle un beso en aquella frente tan fría y pálida.

Me desplomé en el suelo por aquella descarga eléctrica que había sentido por todo mi cuerpo después de haber vivido los recuerdos más intensos que formaron mi vida con Michael. Después de ésto, no volví a despertar. Me encontraron en aquel garaje mohoso donde Michael pasaba sus días arreglando tonterías que le salían aquí y allá, me llevaron al hospital y sigo en coma, esperando salir de este bucle de recuerdos que completaron mi vida, está claro que no quiero volver a la realidad, mi subconsciente ha preferido quedarse en el montón de momentos increíbles que pasé a su lado, lo demás, le parecen banalidades. Nada de luces al final del túnel, nada de oscuridad ni miedo, tan solo veo sus ojos, sus caricias y sus brazos alrededor de los míos, eso es lo que hace que no despierte por mucho que mi hermana o cualquier otra persona me necesite en el mundo de los vivos, mi alma murió con él.

Comentarios

Entradas populares de este blog

Amistades vacías:

Sin Palabras:

Entre las Sombras: