Entre las Sombras:



Estaba confusa, ¿qué estaba haciendo allí? Mis ojos estaban puestos en toda aquella gente vestida con traje y corbata en el salón de mi casa, todo había pasado tan rápido que ni siquiera yo me di cuenta de ello. Las condolencias, el mensaje de apoyo a través de palabras que ni siquiera llegan a mí, deseos de poder hablar entre las sombras de mi mente, entre la oscuridad de mi presente, sin saber qué hacer, dejando que todo mi alrededor dé vueltas sin cesar.

Era sorprendente cómo podía ser de hipócrita la gente. Todos permanecían allí con sus caras serias, incluso imitando tristeza ante el duelo de una de las personas que fueron más importantes en toda mi existencia, pero ninguno de ellos estaba allí por esa persona, nadie quería mostrar respeto por el bueno de Ben, sino porque era uno de los escritores más famosos de novela policíaca actualmente y querían seguir participando en las fiestas a las que les invitaba mi marido para poder fardar y arrasar con todo lo que veían aunque ni siquiera les cayera bien. Sus palabras no eran nada, ni siquiera podía disimular mi cara de asco ante aquel circo, entre animales salvajes en busca de que les hubiera caído algo en el larguísimo testamento de Ben, dado que, siempre había sido una persona muy dada a los demás y tan generoso que jamás sabía decir que no a nada.

Toda aquella gente había estado en nuestra boda y cada una de sus sonrisas era un insulto enjaulado, debilidad encorazada y montones de mentiras sobre sus vidas para intentar estar a nuestra altura, pero no podían evitar envidiarnos dada la reputación de Ben. Así que, no sé si mi pregunta anterior es la correcta, creo que debería ser: ¿qué están haciendo ellos aquí? Siempre toleré a Melissa Gordon porque es una de las personas en las que mi marido más confiaba en el mundo de la escritura, era algo así como su agente, muy inteligente, pero siempre tratando de separarnos a toda costa, totalmente en busca de su dinero; Edward Corwin es un hombre corpulento, el que llevaba sus cuentas pero que siempre deseó tenerlas, estaba tan celoso que, a veces, he oído cómo le castañeaban los dientes después de entregarle los libros de contabilidad; después tenemos a una de las personas más adineradas de la fiesta al parecer, dado que, Alicia Jackson es modelo y formaba parte de la editorial que promocionaba sus libros, con ello, ganaba su proporción, eso era lo único que le importaba dentro del mundo de la escritura, las letras nunca han sido su fuerte; Cornel Bowl, prepotente e irrespetuoso hombre de negocios que siempre trataba de ganarse el afecto de todo el mundo, aunque Ben tan solo le tenía en su grupo de amistades por toda la gente influyente que perduraba entre sus brazos y le servía para tener muchas más ventas en el mercado; aunque, no nos podríamos olvidar de Seril Johnson, la hija del anterior matrimonio de Ben, tan altiva y fuera de sí que siempre volvía loco a su padre, era incontrolable. Había tanta gente que no debería estar allí... alrededor de doscientas personas y la única que se sentía fuera de lugar en su propia casa era yo, sorprendente, ¿verdad?

No sé por qué circunstancia se me paraba la respiración, supongo que por todo el shock ocurrido en estos tres días y todo el estrés de un entierro lo suficientemente inmejorable para un escritor al que conmemorar por su gran trabajo en la sociedad, así que, he salido a la terraza, cerca de la piscina para fundirme con el aire fresco. En cuento me senté en una de las sillas del jardín, las lágrimas salieron de mis ojos al darme cuenta que este era el lugar de Ben, era justo donde él se sentaba cada noche a disfrutar de la luz de la luna y las estrellas, de un momento de soledad... Me tapé la boca y bajé la mirada, era tan difícil pasar por algo así que parecía que me ahogara entre mis pensamientos, entre sus recuerdos, entre las sombras que últimamente me están nublando el juicio, al igual que las constantes acusaciones de la joven e inocente Seril, alguien con quien he estado viviendo estos tres terribles días y que tan pronto no soporto. No dejaba de cabilar, de caminar entre las profundidades de mi ser para encontrarme con Ben una vez más, hasta que algo me interrumpió. Las hojas de mi alrededor se movieron fervientemente, así que, me giré de golpe para descubrir qué era pero no había nada; mis lágrimas dejaron de brotar, me sentía algo asustada, por lo que, era un motivo de peso para dejar la imagen de mi marido en "standby" por unos instantes hasta que supiera lo que estaba moviendo la silla que tenía justo enfrente.

Mis ojos estaban tan abiertos que casi no podía parpadear, totalmente soprendida por la movilidad de aquella silla, lo que más me asustaba es que nadie la estaba moviendo, lo hacía sola. Miré debajo de la mesa para comprobar si me había perdido algo pero no era así, decidí levantarme y dirigirme dentro con los demás, pero una voz muy familiar me paró los pies en seco y mis lágrimas volvieron a brotar como el agua del río que había a las afueras de la ciudad:

- Querida... me has quitado mi sitio - su voz afable, e incluso, bromista, consiguió que sonriera entre lágrimas, era la voz de Ben. Me giré y ahí estaba, sentado justo enfrente de su silla favorita, en la que estaba sentada momentos antes - ¿Y esa cara de sorpresa? Sabes que no puedo renunciar a estas vistas.

- ¿Qué...? - empecé a acercarme a la mesa, veía su cuerpo, su rostro... como si jamás se hubiese ido, pero no comprendía por qué podía hacerlo, era imposible, ¿no? -.

- Pensaba que te alegrarías de verme - dijo, riendo. Parecía mucho más alegre de cómo estuvo durante los meses anteriores a su muerte, ya estaba mayor y le dolía prácticamente todo, no podía consigo mismo hasta que murió por causas naturales, algo que cualquiera hubiese envidiado en los tiempos que corren. Asentí con la cabeza y me senté justo enfrente de él, todavía sin poder articular palabra pero, como siempre, ya lo hacía él por mí - Vamos, sabías que no podría dejarte sola con toda esa panda de imbéciles.

- ¿Imbéciles? Pero si son tus amigos - le dije, por fin sonriendo y tratando de quitarme las lágrimas de los ojos a toda prisa, nunca le gustó que llorara, prefería verme sonreír, algo que necesitó recordarme al ver las mangas de mi vestido manchadas de maquillaje -.

- Lo que me sorprende es que no hayas ido corriendo a cambiarte de ropa por esas manchas de maquillaje en las mangas, podrías haber usado una servilleta - mientras sonreía debido al recuerdo de todas sus bromas y momentos increíbles juntos, no podía evitar llorar, le echaba tanto de menos que era imposible de explicar con palabras, estaba entre emocionada y triste - Me resultas mucho más atractiva cuando sonríes, querida.

Incluso muerto, mantenía su terrible sentido del humor, si se lo callaba podía reventar en cualquier momento. Lo que no sabía era que pudiese encenderse un puro salido de la nada, iba a protestar sobre el peligro que podía acontecerle en sus pulmones, pero evidentemente, nada de eso podía afectarle ya, parecía más revitalizado que nunca. Le miré fijamente, dejando de reírnos por un momento y decidí abrirme como siempre hice cuando estábamos juntos, hacía tan solo tres días, los más largos que había tenido jamás:

- Te echo de menos, Ben - bajé la mirada, pero él no lo permitió dejando el puro y levantando mi barbilla con su mano derecha -.

- Siempre estoy contigo - su dedo gordo tocó mis labios y conseguí sonreír un poco, hacía que me sintiera mejor - Pensé que te alegrarías de librarte de mí.

Nos reímos a carcajadas porque con él era inevitable, no cabía duda de que, estando él a tu alrededor, siempre iba a sacarte más de una sonrisa con aquellas bromas y sentido del humor que tanto cundían en su interior. Nuestros días jamás eran aburridos, pesados o cargantes, eran distintos y amenos, creo que no me he reído más en toda mi vida. Seguimos hablando durante un rato de todo lo que acontecía a mi alrededor durante estos tres días, su apoyo siempre era lo que me ayudaba a seguir entre las sombras, entre la oscuridad que venía cerniéndose sobre mí durante este tiempo sin él, durante esa horrible velada de duelo, de hipocresía constante y absoluta falta de tacto. Ben tenía una petición para mí, era algo que siempre había decidido hacer y era hora de que se cumpliese:

- Ahora quiero que saques a esa gentuza de mi casa y que no vuelvan a poner un pie en ella, no van a volver a molestarte - estaba sorprendida, así que, decidió explicarse, nunca se hacían las cosas por ningún motivo aparente - Ellos nunca fueron mis amigos, era objetivos para llegar a un fin, al igual que ellos me utilizaban también a mí, eran intercambios de favores que nos beneficiaban y yo tan solo quería publicar mis libros tan tranquilo, para elllo, tenía que socializar con estos patanes porque sino, nadie hubiera comprado un solo libro. Siempre he sido realista, Fransesca.

- Lo sé - con sus ojos señaló a todos los invitados al funeral que había en la casa para que les echara de inmediato, así que, me levanté de la silla, pensando en todo momento que me esperaría para seguir hablando de nuestras cosas más tarde -.

Quise asegurarme de que seguía sentado en la silla fumándose el puro, pero no podía equivocarme más, me giré de inmediato y Ben ya se había marchado. Sentí un suave beso en el cuello y, con aquella voz calmada y dulce, me susurró al oído que siempre me querría. Cerré los ojos con fuerza para evitar llorar, para permanecer fuerte y decidida, para conseguir que aquella gente desapareciera de mi vista. Quería volver a mis momentos oscuros, a mis instantes de penumbra, a mis recuerdos entre sombras y a mis terribles lamentos. Volvería a ser yo, después de todo, ahora estaba sola y tenía el beneplácito de Ben al echarles del funeral y de mi vida para siempre, era momento de aceptar que iba a estar sola hasta que mi corazón se parara al igual que el suyo, hasta que formara un camino hecho para volver a ser un alma, para entrever entre mi cuerpo un ápice de felicidad al volver a verle, al saber que me estaría esperando al otro lado. <<Muy pronto volveremos a vernos, mi amor, muy pronto...>>, pensé, en cuanto mi grito cernió el enorme salón donde estaban los irrespetuosos invitados, explotando en mí de absoluto placer.                                                                          

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