Esa Sonrisa:



Su sonrisa me perseguía, era tan suya y tan mía que me animaba a seguir con el único objetivo de permanecer vivo entre aquellas cuatro paredes que me habían retenido hacía cinco años tras la sentencia de culpabilidad que me ha hecho preso de mis propios pecados, de mis constantes enigmas, haciéndome cómplice de noches sin dormir, del ruido de mi mente e incansables formas de encontrar algo por lo que luchar y seguir adelante. A veces, fallaba en el intento y creía de verdad que merecía lo peor que me pudiera ocurrir, auto destruyendo cualquier ápice de esperanza de renacer entre rejas.

Tan solo buscaba reencontrarme con esa sonrisa y esos dientes blancos y perfectos que me seguían en todos y cada uno de mis sueños, persiguiendo mis anhelos y tratando de encontrar la forma de verme a mí mismo salir de esta celda, a pesar de las palizas diarias de otros presos, a pesar de la comida basura que servían en el comedor y a pesar de mirar por encima del hombro cada vez que salía de la celda, estaba lleno de tíos que querían algo más que palabras ya sea en las duchas o al querer clavarte un cuchillo, reventarte un pulmón sin previo aviso mientras hacías la llamada permitida durante la semana. Pero ese era mi objetivo, volver a ella, a nuestros momentos juntos, a lo que compartimos, a esa mirada comprensiva cada vez que la cagaba en las cenas familiares.

No soy alguien que recuerda las fechas señaladas con exactitud, tampoco alguien que recuerda cuándo es nuestro aniversario o los cumpleaños que ella siempre quiso celebrar y que yo siempre olvidaba, pero lo que sí estaba presente era ese inolvidable momento en el que me mostraba un mar de emociones a través de una sola sonrisa, a través de una mirada cómplice de las mil palabras que salían de mi boca, hacía que me sintiera parte de algo importante, algo por lo que valía la pena vivir, alguien que quiso que no volviera a la cárcel por nada del mundo, me llevaba por el buen camino pero, aquí sigo, sentenciado a diez años entre esta tumultuosa oscuridad sin una sola carta, sin una foto, sin una palabra de alivio o de espera, era como si ya se hubiera olvidado de quién era. A pesar de ser inocente y llevar su pesada carga sobre mis hombros, no parecía que le importase cómo me sentía aquí, algo que me preguntaba cada noche antes de cerrar los ojos.

Tod. Así se llamaba el guardia que vino a avisarme de que iba a tener una reunión muy importante con la psicóloga de la cárcel tras diez duros años de espera, no esperaba buenas noticias pero, tras escuchar aquellas palabras, pude ver una luz al final del túnel, pude cumplir finalmente el objetivo de salir de allí, de volver a respirar aire fresco y dejar de mirar por encima del hombro para que no me mataran.

- No te veo muy contento con la noticia - observó la señora Deady, mostrando la extrañeza en sus ojos - ¿Te da miedo salir?

- Lo que me da miedo es que no haya nadie esperando al otro lado de la puerta principal - respondí con sequedad, aquel lugar me había absorbido hasta el alma -.

- Vas a ser libre, eso es lo que importa - terminó con la reunión en cuanto formó esa frase, supongo que en su cabeza sonaría bien -.

Inocente Deady. La mayoría de los presos que habían salido de la cárcel tras unos insufribles años de constantes maltratos, sin ser parte del sistema ni tener voz o voto en ninguna de las decisiones de sus vidas y mucho menos de su libertad, no se recuperaban psicológicamente, les costaba muchísimo reinsertarse y no sentían que formaran parte de la sociedad que les había marginado. No esperaba demasiado al salir, tan solo volver a verla, tenerla delante de mí para volver a hacer realidad un pasado que pude recordar a lo largo de diez años, ¿me habría esperado? ¿A caso me recordaría?

Desde luego, no echaría de menos aquel mono naranja. Lo miré durante unos minutos tras ponerme la ropa que dejé hacía diez años, me venía grande pero todavía me servía, incluso los anillos y los colgantes, la cartera seguía intacta y la llave de la moto seguía pidiéndome que la pusiera en marcha, aunque no tenía ni idea de a dónde iría. Conforme iba llegando el momento de poner un pie fuera de la cárcel, el pulso se aceleraba, las manos me temblaban, no podía dejar de sudar, de sentir mi corazón en la garganta, tragaba con dificultad y me costaba respirar. El guardia me soltó fuera como un perro, como si fuera escoria, maldiciendo mi existencia con algún insulto superficial que no alcancé a oír demasiado bien.

Noté que alguien estaba detrás de mí, así que, me giré poco a poco. Pude verla con aquellos ojos verdes fijados en mí, su cabello negro intenso y aquellos labios que me habían hecho tan dichoso pero, lo que no esperaba era que me estuviera apuntando con un arma, no sonreía y la ira que albergaba dentro había podido con ella. Por mi culpa, habían matado a su padre en aquella casa en la playa, quise robar lo que quería y le dejé allí sufriendo de un ataque al corazón, ni siquiera llamé a emergencias ni le conté nada a ella pero averiguó que estuve allí. Mi corazón palpitaba cada vez más rápido, parecía estar decidida a meterme una bala en el centro de la cabeza, suponía que la bajaría en cuanto abriera la boca para excusarme pero, estaba equivocado, esa bala perforó mi cerebro. 

NI una llamada, ni una carta, ni siquiera una simple visita de cinco minutos, e ahí la explicación de ello. Mi miedo se había hecho realidad, había alguien al otro lado de la puerta principal pero no era nadie a quién realmente recordara, tan solo me esperaba la muerte, una culpa que había centelleado en mi mente durante diez años y por lo que no me disculpé en su día. Esa sonrisa que recordaba, se desvaneció junto a mí, junto a la brillantez de mis ojos...

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